Una persona que tiene la caridad no es orgullosa: no ama dominar sobre los demás; no se le escucha criticar su conducta; no ama hablar de lo que hacen. Una persona que tiene la caridad no examina cual es la intención de los demás en sus acciones; no cree nunca que actúa mejor que los demás y no se pone nunca por encima de su prójimo; al contrario, esta persona cree que los demás actúan siempre mejor que ella. No se ofende si se le prefiere al prójimo; si es despreciada, queda igualmente contenta porque piensa que merece aún más desprecio.
Miren que para amar al buen Dios y al prójimo no es necesario ser muy eruditos, ni muy ricos; basta tratar de agradar a Dios en todo lo que hacemos; de hacer el bien a todos, a los malos y a los buenos, a los que laceran nuestra reputación, como a los que nos aman.
San Juan María Vianney
De sus escritos (La traducción es nuestra)
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