Resulta necesario invocar sin descanso, con una fe recia y humilde: ¡Señor!, no te fíes de mí. Yo sí que me fío de Ti. Y al barruntar en nuestra alma el amor, la compasión, la ternura con que Cristo Jesús nos mira, porque El no nos abandona, comprenderemos en toda su hondura las palabras del Apóstol: virtus in infirmitate perficitur; con fe en el Señor, a pesar de nuestras miserias —mejor, con nuestras miserias—, seremos fieles a nuestro Padre Dios; brillará el poder divino, sosteniéndonos en medio de nuestra flaqueza. (Amigos de Dios, 194)
Si notas que no puedes, por el motivo que sea, dile, abandonándote en El: ¡Señor, confío en Ti, me abandono en Ti, pero ayuda mi debilidad!
Y lleno de confianza, repítele: mírame, Jesús, soy un trapo sucio; la experiencia de mi vida es tan triste, no merezco ser hijo tuyo. Díselo...; y díselo muchas veces.
—No tardarás en oír su voz: “ne timeas! —¡no temas!; o también: “surge et ambula! —¡levántate y anda! (Forja 287)
SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER
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